martes, 27 de octubre de 2020

El río Negro: entre la hipocresía y la disparidad

La mayoría de nosotros sabe que en términos legales se encuentra bien definido en qué consiste un “conflicto de intereses”, análoga situación resulta en el ámbito académico, cuyo fin formativo y político supone incidir en lo social, en base a la transparencia de los objetivos y la responsabilidad intelectual. Sin embargo, Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU-UNNE) mediante, se ha propiciado un espacio institucional-académico donde se presenta -claramente- una disparidad, esto es: un escenario de fuerzas que promueve inclinar la balanza en favor del sector que pretende beneficios pecuniarios, al tiempo que abandona la temática a discutirse en la más espantosa ambigüedad -solo asimilable a la ambigüedad del mentado desarrollo sostenible o sustentable- encubierta detrás del burdo falsete mal llevado de “dar participación a todas las partes”. Ejemplo sobrado de ello ha resultado el cierre a manos de Rubén Sinat, enarbolando una advertencia dirigida a los futuros arquitectos respecto a la “verdadera economía” que implica el deber de “pasar” por los distintos organismos estatales de contralor.


En cualquier caso, aquellos que se ven, se han visto y pretenden seguir viéndose beneficiados monetaria y financieramente con la especulación inmobiliaria, debieran estar excluidos -justamente y con justicia- por “conflictos de intereses”, entiéndase bien: por estar de parte del negocio. Aún mas: son sus propios intereses privados/individuales los que debieran bastar para que se autoexcluyan o -en su defecto- que se los inhiba de participación en un ámbito de debate (si este se pretende serio, técnico e intelectualmente responsable).
 
Está a las claras que la disparidad esencial reside entre quienes bogan por el interés colectivo, en términos legales: intereses difusos, y quienes poseen apetencias de negocios privados las cuales guían su intención de “resolución” con respecto a la temática abordada.

Lo que la población podrá obtener –en el caso de ser incauta– es: una andanada de hipócritas discursos sobre la postura benefactora (casi meritoria de canonización) de quienes dicen querer dar solución al problema de “déficit habitacional”, decorando sus disertaciones con terminología del tipo: “sostenible”, “sustentable” y otros términos con los cuales acostumbran hacer gala del conocido: “hablemos sin saber”.
 
Fue el mismo Decano de la F.A.U. quien se refirió al río Negro y en general al valle de inundación como: “recursos naturales”. Desde esa perspectiva, ya se está incorporando, consciente o inconscientemente, la connotación de elemento plausible de explotación para la obtención de plusvalía. Perspectiva de sesgo capitalista, emparentada con la moderna pero no por ello menos nefasta expresión: “poner en valor”, ambas pertenecientes a la lógica crematística para la cual todo lo que se precie debe estar revestido y descripto por una valoración monetaria.

De esta mercantilización de la cultura ya nos advertían los fundadores de las Escuelas de Frankfurt y Birmingham. Destacando que los bienes simbólicos mercantilizados resultaban plausibles de: acumulación, comercialización y distribución. En dicha situación se daba lugar a una nueva mediación: la del mercado y por ende su influencia decisiva en la vida y las concepciones culturales de una sociedad.
Fungido a ello, se dan los procesos de alienación y objetivación, que bien describe Herbert Marcuse.

Por todo ello, adherimos a lo expresado por Laura Alcalá y Paulino Moreno: ¡que este espacio no sirva para legitimar las obras que se decidan hacer en el área en cuestión!
Resulta por demás significativo lo dicho por Ruben Sinat, para quien pareciera que: “un par de pisos más”, “tampoco la locura”, implican pocos o ningún problema para la ciudad. Evidenciando -como acostumbra- una completa ignorancia, y desoyendo a quienes -como nosotros- hemos explicado exhaustivamente en diversos ámbitos -nacionales e internacionales- los impactos ambientales que el crecimiento vertical de la ciudad acarrea. Muchos de estos impactos son irreversibles y acumulativos, al tiempo que acarrean nuevos impactos al intentar mitigar -con suerte- algunas de las más superficiales consecuencias directas sobre la población. Por solo nombrar uno: el fenómeno islas de calor.
 
Y, ya que asevera: “soy arquitecto porque me gusta construir”: ¿qué va a suceder cuando no se hagan más obras? Al menos en la escala de la que se está hablando (ya que estas no pueden ser infinitas por el carácter físico-limitado del territorio). Tal vez Sinat elude mencionar –y a sabiendas– que los arquitectos, ingenieros y afines profesionales pueden brindar servicios y no solo construir, construir y construir hasta el infinito. Cuando ese mismo ente sostiene: “Integrar lo público y lo privado”, nos preguntamos: ¿Cómo? Acaso, como son tan buenos y piensan en la pobre gente carente de vivienda ¿piensan honrar la pobreza como virtud -cual lo sostiene Jesucristo- y donar todas sus propiedades privadas para aquellos menos favorecidos? ¿O es que -muy por el contrario- perpetuarán el ímpetu de seguir privatizando los espacios del dominio público?

Valer recordar que, a su tiempo, ese mismo ente, se tomó la licencia de sostener muy livianamente: “con todo el daño que el río le hizo a la ciudad (…) con las inundaciones”. Ignorando o pretendiendo hacerse el distraido frente a una realidad insoslayable: ¡el río estaba antes que la ciudad! Así es como bien define A. Elio Brailovsky: ¡no existen las catástrofes naturales!: las catástrofes son humanas y deviniendo solo de la voluntad de eludirse de las responsabilidades de sus actos el denominarlas así. Los antiguos pobladores de las culturas isleñas se sumían a los ritmos de los cursos de agua, esto es: habían aprendido a convivir con el agua, respetando los ritmos y tiempos naturales. Luego, la cultura occidental del optimismo tecnológico creyó poder “dominar” la naturaleza y hoy en día existen quienes todavía no pueden o no quieren comprender la imposibilidad de ello y los impactos negativos que de las acciones humanas han de ser analizados previa a cualquier intervención antrópica: Estudio de Impacto Ambiental.

Es él mismo quien reconoce: “no somos académicos, somos empresarios”, dejando en claro la implícita e ineludible búsqueda de lucro que su desempeño persigue. Por cuanto su manifestación de “poner en escena al río”, evidentemente responde a los requerimientos de exposición como de vidriera de venta, para así poder “aprovechar ese recurso y volcarlo a la sociedad”. El arquitecto lo ha dejado muy en claro, con solo dar atención a los preceptos dominantes de su discurso. O quizás no hemos entendido su arte y pretende una suerte de intervención artística colateral, en donde al ¡ocupar la zonas anegables e inundables… si, entonces cada vez que llueva el agua se vuelque a las casas de los ciudadanos! Volcando así -el río- a la sociedad, ¡una genialidad arquitecto! Y También, de ese modo, como “cada vez el río está en peor estado”, los ciudadanos podrían aprovechar para filtrar y purificar la porción de agua que ocupe sus propiedades y así retornarla pulcra cuando regrese a su cauce natural. Probablemente se haya referido a esto último cuando aseguró: “queremos hacer lo mejor para la ciudad y lo mejor para el entorno”. Nos preguntamos si ello, de lo contrario, implica decidir: no construir en la zona en cuestión (que también es hacer).

Tal vez, como reconoció que estuvo “buscando un montón de bibliografía de como hacen en Nueva Zelanda, en Europa”, haya descubierto que a diferencia de hacer defensas, en muchas ciudades y hasta incluso en países han decidido inundarse y/o anegarse: ¡sí! convivir con las aguas. Tal vez acá podamos ir aún más allá en la comprensión y aprendamos a convivir con los ritmos naturales y dejemos de intentar acelerarlos o dominarlos sumiendo nuestra confianza en el optimismo tecnológico.
 
Por su parte, Emilio Caravaca enarbola como virtud su ocupación laboral -corredor inmobiliario- pues: “…buscamos los puntos coincidentes entre vendedor y comprador” y por ende asegura poder encontrarlos por la capacidad de la cual se encuentra dotado. Sin embargo, evidencia su carencia en ubicuidad y de discernir el contexto. Es por ello que nos vemos obligados a recordarle que acá no hay compradores sino personas que abogan por los derechos difusos, mientras que ellos sí persisten en su fijo rol de vendedores. Por otra parte, reconoció: “deberíamos haber hecho la ciudad en otro lado”, dejando al descubierto su propia “capacidad” para dicernir que esta ciudad debe dejar de crecer. O quizás al sostener que “la realidad tiene sus desventajas” nos haya dado la pista de su verdadero posicionamiento: es mejor autoengañarnos mientras algunos obtienen sus dividendos. Coronando sus idas y venidas, llama “posiciones caóticas” a la de aquellos que advertían acerca de los riesgos de asentarse en las áreas del domino de las aguas. No hay que ser cínico, ni ser un mercader de la duda: muchos ríos y sectores anegadizos atraviezan periodos en los que se los puede cruzar caminando y ello no quita que tenga otros en los que pueda quedar sumergido un automóvil; por si su ignorancia se lo niega, se denominan ciclos hidrológicos. Y ¡ojo! No es condición excluyente de los ríos de llanura, sucede también en el famoso curso de agua de San Rafael (Mendoza), al igual que sucede en otras partes del mundo. Le recomendamos a Emilio Caravaca que -para variar- preste atención a las marcas de humedad en los árboles y otros elementos naturales, para comenzar un camino que le permita no correr el riesgo de padecer afásia ambiental (término acuñado por Jorge Castillo).

Al igual que su par Rubén SinatEmilio Caravaca se engalana con la consabida “generación de puestos de trabajo”, al tiempo que el primero reconocía que: ese “trabajo estable” se termina no bien culmina la obra, entonces no habría que buscar otra estabilidad laboral o al menos debieran hacer una reinterpretación del término y enviar su tesis a la Real Academia Española.

A su tiempo, Chaquires Héctor aseguraba: “no había una propuesta de salida (…) resistencia va a llegar a …Rosario, Buenos Aires…”. Cuestión que no resulta necesariamente cierta, la salida es: dejar de ampliar la mancha urbana. ¡La ciudad debe tener un límite! Puesto que el territorio lo tiene. Sin embargo, Chaquires insistía: “La realidad es que pensamos que no hay salida a esto” refiriéndose a la expansión de la mancha urbana. Pero… ¿es la realidad?, o ¿es lo que les conviene? La realidad es que existen límites ecosistémicos y físicos.

Por ello, rescatamos las expresiones de Paulino Moreno cuando habla de “la sin razón de una compulsión urbanizadora”. Aunque en el caso de los eufemísticamente llamados desarrolladores urbanos, sepamos que la razón existe, y que adopta el color del dinero.
Y en el mientras tanto Chaquires arremetía sin pausa: “No podemos dejar que la discusión…. Haga que se frene la construcción”. Con su fondo de pantalla de una costanera antropizada: impermeabilizada y llena de focos, desparramaba aseveraciones -estratégica y -a sabiendas- incompletas: “disminuir el bloqueo por vegetación (…) todo necesita gasoil o nafta”, emulando a Bruce Willis en sus burlas a Green Peace en la producción de Holly Wood (herramienta de hegemonía cultural por antonomasia del capitalismo): Armagedon. Sin embargo, debe aclarársele a este individuo, que esta necesidad continua de saneamiento es el resultado de la irresponsabilidad de quienes decidieron “regular” el río, ya que históricamente se saneaba por el fenómeno de remanzo hidrodinámico. Es decir, el río Negro se ha contaminado no solo por la contaminación química (orgánica o inorgánica), sino también por la interrupción antrópica de los desagües naturales, los impactos geofísicos, entre otros.
 
Hablaba, Chaquires, de “ACUMAR” como si fuese una organización o algo surgido de la buena voluntad y por ende desconociendo o haciéndose el distraído de que dicho organismo es el resultado de una decisión judicial. Dicho sea de paso, no se ha podido avanzar en la recuperación de dicha cuenca, por las fuertes presiones de los sectores privados ligados a la inversión y a la especulación económica.

Por si resultase poco desopilante, Chaquires, nos remite y hasta hace manifiesto su deseo de formar algo similar a la “Corporación puerto maderos” pero para el río Negro. ¿de verdad considera que alguien puede ser tan inocente?

Por su parte, el Ingeniero Hugo Rohrman reconoce que “al construir las defensas decidimos que nos vamos a inundar por lluvia”. Mientras que, refiriéndose a la densificación de ciertos sectores de la ciudad, afirma que “hay una decisión de la sociedad… en avanzar libremente”, agregando “con mayor riesgo porque somos mayor cantidad de gente”.

Sin embargo, no puede desconocerse que antes que cualquier código de planeamiento, ya estaba el río y las comunidades originarias. Cuando alguien usurpa un terreno, como mínimo se indemniza al propietario. Por ello, retomamos lo expresado por Hugo Rohrman cuando sostiene que “el valle de inundación es del agua”. A su tiempo, es el mismo Ingeniero quien nos remite a la carta orgánica de Resistencia: “está definido que estamos en los territorios del agua”.

Por si esto fuera poco, el Código Civil y Comercial y las legislaciones internacionales a las que la República Argentina ha adherido establecen que el interés privado no puede preponderar sobre el colectivo. Esta forma de dirimir la situación dominial entre lo público y lo privado, ha sido aclarada por el escribano y abogado Franco Carballo (que espuso en la FAU en mayo de 2017). Al tiempo que advertía que el mayor enemigo de los espacios del dominio público eran las sistemáticas excepciones ha las que daban lugar el Estado.

Por su parte, Leandro Roso nos habla de: “ciudad Buffer”, mostrando -al igual que otros- su completo desconocimiento y pretendiendo navegar en las aguas, no del río Negro, sino de la ambigüedad. Puesto que, no se puede ir continuamente corriendo la zona buffer, ni mucho menos permitir antropizarla cada vez más. Además, no debe ser un lugar de encuentro sino justamente como lo sostiene el significado de la palabra que da lugar a este concepto: un espacio donde se amortiguan los impactos antrópicos sobre lo natural y ¡no viceversa!

Además: ¿Cómo puede afirmar con tanta liviandad y soltura que: “no se trata de que la ciudad deje de crecer”? ¿Desconoce acaso Leandro Roso que el territorio tiene sus límites? No únicamente geográficos, sino en cuanto a capacidad de carga, entre otros. Por cierto, este último condicionante fue mencionado por él, entonces ¿constituyó solo un decir por decir? Leandro Roso ha sido a todas luces el más ambiguo e incoherente de los expositores. Cabría, entonces, retomar lo manifestado por Paulino Moreno respecto a dicho ente: es “el mismo lobbista de la ocupación del río, con chamuyo super cool.”

El problema final: no se tienen en cuenta dos elementos fundamentales:
  • La ciudad debe tener un límite, definido por el límite ecológico (capacidad de carga y de provisión de bienes esenciales en el equilibrio energético)
  • Al ocupar el valle de inundación, se debe preparar a la ciudad para inundarse y anegarse y no para “defenderse” de algo que “nos ataca”, ya que no hay nada que nos ataque: es la naturaleza con la que algunos no desean convivir, en la medida que perjudica sus intereses eminentemente privados y de lógica estrictamente crematística.
 
Consideramos pertinente reiterar, ante la pregunta que María Andrea Benítez retomaba del chat: ¿que entienden los -también reiteramos- eufemísticamente denominados desarrolladores urbanos con “desarrollo sustentable”?

No se debe explicar que es el desarrollo sostenible o sustentable, pues desde su gestación como concepto se exaltó su potencial por su ambigüedad y por ello constituye una mera hipocresía que copta la mente de aquellas buenas voluntades. Su principal impulsor fue Henrry Kissinger, impulsor también de dictaduras militares de América Latina y el Caribe. Dato por demás contundente para que quienes se precien de defender los Derechos Humanos abandonen su empleo o, cuanto menos, comiencen a pensar: ¿por qué las multinacionales de la expoliación y el extractivismo nunca lo han discutido y por el contrario lo emplean y lo promueven?

Sabrá Soneira la historia de ese término. No la que han escrito sus defensores, sino la que se refleja en los documentos que evidencia lo unilateral y dictatorial de su imposición en desmedro del de ecodesarrollo. O también eso se encontraba incluido en su frase: “no sé cómo fue antes”, haciendo gala de expresiones del sentido común que han sido impuestas para mostrar e inculcar desprecio por la historia y su relevancia en la toma de decisiones para el futuro.

Lo anterior, queda refrendado cuando Soneira afirma: “…pensar en una Ley Provincial…” ¿para qué? Para que sea específica, como la de la cuenca Matanza-Riachuelo… ¿con los mismos resultados? Sra. Soneira, ¡existen leyes provinciales! Sin embargo, en primer lugar, no se las hacen cumplir y en segundo lugar se las modifica conforme a necesidades de lógica crematística y en desmedro del domino público y ni que hablar de la naturaleza. Por lo que, en lugar de solicitar nuevas leyes, primero gestione para que las existentes -que competen a su área- se hagan cumplir; luego, solicite -con documento competente a su gestión- que no se bajen las líneas de ribera. En ambos casos, si los responsables hacen oídos sordos a sus peticiones, tenga la dignidad de renunciar y unirse a quienes -sin ocupar cargos públicos- abogan por los derechos difusos.

Por último, deseamos recordar a Jorge Riechman, cuando manifestaba: “No hay en la biosfera bienes ambientales ni espacio ecológico suficiente para satisfacer las necesidades creadas por la cultura capitalista, excepto si restringimos semejante bienestar a una pequeña fracción de la humanidad”.

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