lunes, 16 de noviembre de 2020

De chanchos y propiedad privada

Publicado en Revista Resumen Latinoamericano (ver aquí)

 

Se puede cuestionar casi todo, pero lo que resulta indiscutible es aquello que favorece a una minoría. Pero no a cualquier minoría, a la minoría de quienes ostentan el poder real, de quienes concentran la mayor parte del capital. 

Esa minoría tiene sus “representantes” locales, sus capataces, aspirantes a -lo que nunca llegarán a ser-: pequeños burgueses. Pero si, a quienes se aplica el precepto aportado por Bertolt Brecht: no hay nada más parecido a un fascista que un pequeño burgués asustado.

En este sentido, la propiedad privada representa el elemento legal de mayor relevancia y que por ende con más recelo cuidan dichos sectores. Cuando, en realidad, los derechos constitucionales que debieran primar son aquellos vinculados a la supervivencia y la vida digna. Para ello, no debe olvidarse que habitamos un mundo finito, con límites: geográficos, de capacidad de carga, en definitiva: ambientales en general, por cuanto la concentración de riquezas, la existencia misma de “ricos” implica ineludiblemente la de grandes sectores carenciados: “pobres”.

No podemos seguir sucumbiendo a los sentidos comunes de: eficiencia, eficacia, necesidad de más desarrollo, desarrollo sustentable o sostenible, más tecnología igual solución (optimismo tecnológico), “siempre hubo pobres y siempre los habrá”, puesto que todos ellos solo contribuyen al sostenimiento del modelo cultural capitalista.

En definitiva, desde Marx -y pensando con la paradoja de Jevons[i] presente- no podemos valernos de las herramientas de producción y los fines capitalistas, esperando construir una sociedad más justa y equitativa en cuanto a la distribución de riquezas. Por ello, lo primero que un modelo justo debiera abolir es: la propiedad privada.

La propiedad privada es el equivalente a lo que, en biología, en botánica y en biogeografía se denomina: especie colonizadora. Aquella que en condiciones levemente propicias o incluso desfavorables ocupa primigeniamente un territorio, dando lugar al arribo y establecimiento de otras (inclusive animales). Las condiciones internas o externas vienen dadas por la colonización cultural y la propiedad privada da lugar al arribo y establecimiento del modelo capitalista. Recordemos, en una escala global, a qué fines ha sido útil el “hijo”[ii] de la Organización de las Naciones Unida (ONU): el Estado de Israel, que ha establecido la propiedad y el consecuente control del territorio, al tiempo que la expulsión de quienes lo habitaban hasta aquel momento. Y, todo ello avalado con el discurso hegemónico fundado en el sentido común: “una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”. Cualquier similitud con la denominada “campaña del desierto”, donde el último término cumplía la tarea de invisibilizar a los pueblos originarios de la Patagonia Argentina, como en el otro caso a los habitantes de Palestina, no es mera casualidad.

Más bien corresponde a una causalidad: los requerimientos de expansión constante del modelo capitalista. Donde el papel de la ONU es el de administrar la obediencia de los demás Estados a dichos requerimientos, al tiempo que establece un teatro donde se representa un mundo “democrático” que tranquiliza y adocena conciencias, reduciendo los conflictos no rentables.

A este respecto y conforme a la defensa de la propiedad privada, la justicia argentina ha obrado conforme y coherentemente con la función que bien ha descripto Roque Dalton, en su poema “Las leyes”

Las leyes son para que las cumplan 

los pobres.

Las leyes son hechas por los ricos

para poner un poco de orden a la explotación.

Los pobres son los únicos cumplidores de leyes

de la historia.

Cuando los pobres hagan las leyes

ya no habrá ricos.

Otro de los efectivos elementos discursivos es el de “las inversiones”. Su efectividad resulta de su transversalidad; atravesando desde los sectores más representativos de la derecha argentina con la mentada “lluvia de inversiones” enarbolada por los falangistas de Cambiemos, hasta la búsqueda de inversiones extranjeras y su puesta publicitaria como la panacea que resolverá la pobreza, la marginalidad y las disparidades sociales por parte de los tibios reformistas, eufemísticamente denominados: progresistas.

Desde los chanchos para China, los desalojos en el Guernica -que resultó tristemente gráfica de la obra de arte homónima- hasta la impulsada ocupación -por parte de los sectores de la especulación inmobiliaria- de los espacios del dominio público definido por las líneas de ribera, en la provincia del Chaco (Argentina), corresponden a acciones coherentes con las lógicas de expansión y acumulación constante y permanente del modelo cultural capitalista.

Al respecto, queremos recordar a Alfredo Palacios, rescatado para no ser olvidado por el imprescindible Gregorio Selser[iii], cuando manifestaba:

“La palabra del maestro que presidió la comisión investigadora de los frigoríficos ingleses que robaban al país y junto a Lisan-dro de la Torre desnudó sus tropelías contra la soberanía nació-nal y sus intereses, postula con vigor:

Cuando toda la política internacional gira alrededor del petróleo, cuando la lucha por la obtención de las zonas de producción petrolera mueve a una poderosa red de organizaciones capitalistas, nosotros cometemos la imprudencia de abrir de par en par las puertas del país a todos los imperialismos, olvidando el espectáculo trágico que nos presenta el cercano oriente. Me alarma que los hombres de gobierno hablen de política realista para justificar actitudes contrarias a la soberanía, como si se quisiera significar que se deja de lado la ética. La recuperación del país debe obtenerse con nuestro propio esfuerzo, así exija abnegación y sacrificio.”

Cualquier similitud de las petroleras con las multinacionales del agronegocio y los medicamentos, no es en absoluto casualidad, más bien causal de continuidad del modelo de expoliación capitalista.

Llamamos al estudio de la historia y a una responsable reflexión. Ni tan siquiera EE. UU. ha sido la excepción, cuando de acentuar e incrementar las condiciones y potencialidades propias, no han dudado en cerrar sus fronteras. Así mismo, debe reconocérsele, resaltar y mostrar un profundo respeto por el pueblo cubano cuya muestra de abnegación fundada en el convencimiento por el camino del socialismo lo ha llevado a sobrellevar el inhumano y criminal bloqueo impuesto por EE. UU. y los “Estados” socios y lacayos.

¿Qué aprendizaje podemos rescatar de esa maravillosa isla y su pueblo? Sin lugar a dudas que muchos, pero al respecto de la temática abordada: que educación, salud, vivienda y trabajo pueden lograrse para todo el pueblo a pesar de “estar fuera del mundo”, falacia sostenida por los falangistas de Cambiemos en coherente estrategia con la atribuida al servidor nazi Joseph Goebbels: miente, miente que algo queda. Sin embargo, qué ser humano, comunista, socialista o creyente de las letras de Jesucristo que enarbolaba la humildad y la pobreza como virtud, puede decir que prefiere el crecimiento económico que beneficia a unos pocos por encima de los logros del pueblo cubano; quien lo haga es poco menos que un criminal.

Señores, la historia nos enseña: ni chanchos capitalistas ni cerdos reformistas, como sostenía el excepcional estadista Fidel Castro: “ni un paso atrás, ni para tomar impulso”. En ese sentido, no se puede retroceder en materia de derechos ganados, al tiempo que no se puede imitar otros modelos -como bien lo analizaba J. C. Mariátegui- (“ni calco ni copia”). Por ello, ni la privatización de los espacios del dominio público impulsada por la especulación inmobiliaria, ni la producción de materias primas para otros países constituyen una solución a la desigualdad reinante en Argentina. Solo una reforma agraria, la socialización de las tierras y la agroecología en desprecio del modelo agroindustrial pueden aportar un camino real que dé respuesta a los derechos humanos más básicos: salud y dignidad.

Con el enemigo -el verdadero- no se puede ni debe negociar. No se puede dar batalla al capitalismo “con las armas melladas” (Ernesto Che Guevara) que nos ha dejado, ni mucho menos pretender -ingenuamente o más bien cómplice-: un capitalismo “humanizado”. Toda política de ese tipo estará condenada a perpetuar las desigualdades contra las que dice luchar.

[i] JEVONS, W. S. (1866); “The Coal Question”. Londres: Macmillan and Co.

[ii] Definido así por el entonces Ministro de Exteriores de Israel: Moshe Sharett.

[iii] SELSER, G. (1988); “El país a precio de costo”. Buenos Aires: Hyspamerica.

Por Eugenio Rolón y Ernesto Eugenio Rolón

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